miércoles, 25 de enero de 2012

(Son las 10 de la mañana de un miércoles de finales de enero y Gigi, para su propia sorpresa, lleva ya una hora en el cuarto de lavandería de su edificio. Tan concentrada está viendo una mancha de color indefinido que ha echado a perder su pequeño y rojísimo vestido que ni siquiera escucha la puerta abrirse.)

-Buenos días… ¿Puedo pedirte un favor?

-…si lo hubieras lavado al día siguiente de que se manchara quizás lo hubieras podido salvar…- piensa en voz alta Gigi mientras frota sus dedos sobre la mancha.

-Hola-repite la misma voz que hace unos segundos intentó sacar a Gigi de su concentración.

-…pero no Gigi, tenías que dejarlo tirado en la ropa sucia casi un mes… con lo mucho que te gustaba…

-¡Ejem! ¡Ejem!- carraspea la voz, esta vez con mejor suerte, pues ha logrado que, al fin, Gigi se de cuenta que hay alguien más en la lavandería.

-¡Oh Dios que me has asustado!- grita Gigi mientras trata de poner un poco de orden a aquel cuadro mañanero: todavía sigue en pijama y en pantuflas (ambas a juego, con dibujos de Snoopy), despeinada, y con una cara de mala noche atroz (estuvo despierta hasta tarde viendo televisión y para colmo se despertó muy temprano, así que no le quedó más remedio que enfrentarse a la realidad: las escritoras de novelas románticas por encargo también tienen ropa que lavar.)

-Lo siento mucho. No quería asustarte. Es que hasta ahora me he dado cuenta que no tengo suavizante y quería ver si podías darme un poco. Esta tarde tengo que ir a la tienda así que hoy mismo paso por tu apartamento y te dejo una nueva botella. Claro, si estás de acuerdo.

¡Pero un momento, si es el troglodita. Horror de horrores!, piensa Gigi mientras se afana aún más en arreglarse.

El troglodita sonríe mientras extiende la mano para tomar el suavizante que Gigi ha colocado frente a él. En un acto que aún Gigi en su desesperación por arreglarse el pelo reconoce como de un caballero, el troglodita le da la espalda sacándola así de su campo visual y dándole todo el tiempo necesario para que Gigi ponga algo de orden en esa cabecita loca.

-Hacía mucho que no te veía. Pensé que te habías mudado- comenta el troglodita.

-He estado muy ocupada- responde Gigi mientras vuelve a la mancha de su vestido.

-Creo que la última vez que te vi fue en verano.

Si, realmente la última vez que se vieron fue aquella noche en que él le ayudó a subir el cierre de su vestido. Cuando le habló de un famoso “destornillador de tercera generación”. ¿Cuántas cosas habían pasado desde aquel verano hasta ahora? Muchas. O mejor dicho, solo una. El había vuelto. Esta vez para quedarse. Para amarla como no lo había hecho antes. Esas fueron sus palabras. Y ella las creyó. ¿Cuántos planes se hicieron? ¿Cuántas promesas escuchó de sus labios?

“Me dejarás de nuevo”, le dijo ella una noche, más que a modo de reclamo como una premonición que se dice en alta voz, quizás con la intención de romper el hechizo y que por una vez, solo una vez, funcione “esto” entre él y ella.

“No”, dijo él, “esta vez estaremos juntos para siempre”.

Pero Gigi había vivido (y escrito) demasiadas historias de amor para saber que el “para siempre” no existe.

-¿Estás bien?- le preguntó el troglodita.

-Si, estoy bien-dijo Gigi mientras le mostraba la mancha de su vestido al troglodita. –Creo que es mejor que me deshaga de él.

-Si ya no sirve tíralo a la basura. Las chicas grandes saben cuando es momento de desprenderse de algo, por más que les guste-dijo a modo de colofón el troglodita. –Ahora, si me lo permites, me retiro a mi apartamento mientras se seca mi ropa. Gracias por el suavizante, esta misma tarde sin falta te llevo una nueva botella a tu apartamento.

Gigi quiso decirle que no, que no había necesidad de que se molestara. Después de todo era solo un poco de suavizante. Pero no dijo nada. No porque no quisiera sino porque no encontró la fuerza necesaria para abrir su boca, mover sus labios, articular las palabras. Sólo tuvo fuerzas para entregarse al recuerdo. Sólo tuvo voluntad para dejar que sus ojos lloraran.

“Las chicas grandes saben cuando es momento de desprenderse de algo, por más que les guste”, repitió Gigi las palabras del troglodita. Y luego, haciendo de su vestido un pequeño bulto que tiró a la basura sin ni siquiera darle una última mirada, agregó, “o por más que lo quieran”.

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