Creo que ya lo has notado pero de todas formas te lo diré: sigo viva. Ya sé que estás sorprendido. Pero consuélate, querido, no eres el único. Yo también he quedado estupefacta ante tal prueba de resistencia: sigo respirando, comiendo, durmiendo, sintiendo hambre, frio, calor, sudando, yendo, viniendo, escribiendo…y todo esto sin ti a mi lado.
Si, lo sé, he faltado a mi palabra, a esas confesiones que te hacía durante los comerciales de los juegos de futbol, entre mis idas y venidas a la cocina a buscarte una cerveza o un bocadillo: si me llegaras a faltar creo que me moriría.
¿Pero qué quieres? Una hace el intento, anda sin precaución en la calle, pasa los semáforos en rojo, compra conservas pasadas de fecha en el supermercado, deja una llave de la estufa abierta… ¿y todo para qué, eh? para terminar con un ticket por infracción de tránsito, una indigestión estomacal y con Lili en el veterinario porque resulta que de las dos la más proclive a morirse es precisamente la que más vida tiene.
En fin, que puse todo de mi parte pero creo que en el fondo la muerte es tan ingrata como el amor: solo la encuentra quien no la ando buscando.
Tanto empeño puse en morirme y tan convencida estaba que lo lograría que llegué a concebir la idea de hacer un testamento para repartir mis bienes. Pero luego, ante la ausencia de tales bienes, me conformé con llamar a Lucía y llorar por tu abandono. Hasta que Lucía, siempre tan resoluta, decretó: en esta casa no se llora más, carajo.
Fue así como en un solo fin de semana, con la ayuda de Lucía y ante la mirada indiferente de mi gata (creo que la pobre ya está cansada de pasar siempre por lo mismo) recuperé la alegría de vivir gracias a una sobre dosis de Calamaro y Drexler, ver a Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón por enésima vez y hasta el cansancio, aprovechar las ofertas on line de mi tienda preferida, descubrir ante el espejo que todavía no tengo canas pero si muchas ganas, confirmar lo que ya sospechaba: estoy en mi peso ideal, encontrar en mi buzón de correo dos propuestas de trabajo para una editorial, recibir una llamada de mi madre para decirme que me quiere y otras 10 llamadas más para invitarme a la apertura del nuevo bar de la ciudad.
Así que como creo que te lo debes estar imaginando mientras lees estas líneas te informo que yo ya no quiero morirme por ti. En serio, ya no.
No sabes cuanto he cambiado desde que las noches en que mi alma pendía de un hilo se acabaron, desde que no eres tú el centro de mi vida, desde que dejé de ser tu problema.
Y es que ha sido tan impactante el hecho de que pueda continuar sin ti que según Lucía he comenzado a actuar como una sobreviviente de una catástrofe o una enferma terminal a quien de repente su doctor le dice que está curada: irradio positivismo y tranquilidad con la misma facilidad con que antes corría hacia ti con solo tú chistar los dedos.
Hasta mi vecino el troglodita, antes tan indiferente a mi presencia, me ha asegurado que últimamente estoy más bonita y con un brillo en mi rostro que solo puede ser resultado de una gran felicidad interior.
En fin, queridísimo No te llevaste mi vida cuando te fuiste, que estoy mejor sin ti. Así que por favor ni te preocupes en contestar esta carta, ni en llamarme, ni en venir por aquí y mucho menos en enviarme una invitación de amigo por Facebook porque seguro estaré my ocupada siendo feliz y no tendré tiempo para atenderte.
En lo absoluto tuya y más viva que nunca,
Gigi Rodríguez.